
Prometer el oro y el moro es una promesa fácil y que no tiene mucho fundamento de cumplirse.
El origen de esta expresión se encuentra en un relato del historiador Javier Piñero, de finales del siglo XIX. En él hacía referencia a un suceso ocurrido en 1426 en Jerez. En una acción sorpresiva, una serie de caballeros cristianos apresaron a un número elevado de musulmanes, unos cuarenta, entre los que se encontraban el alcalde de Ronda, Abdalá y su sobrino Hamet.
Abdalá consiguió pagar su alto rescate y fue liberado por los caballeros que gustosamente se repartieron el oro recibido. Pero el rey de Castilla, Juan II, padre de los futuros Enrique IV e Isabel la Católica, demandó que el resto de los cautivos también fueran puestos en libertad. Los caballeros se negaron, ya que la manutención y custodia que habían sufragado era elevada y reclamaban cien dobles de oro. El rey ordenó que Hamet fuera enviado a la corte, lo que causó el malestar de los caballeros y discusiones con el rey. Estos actos dieron lugar a conversaciones en la que salieron el “oro y el moro” y se dijo por Andalucía que lo que deseaba el rey castellano era precisamente, el oro y el moro.

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